viernes, 2 de diciembre de 2011

Beatriz García. Voluntariado en Ayutla de los Libres, Guerrero


“Solo una vida sencilla,
vivir de lo que yo creo, amando a otros y a otras.
 Siendo amado en este amor”.

Desde hace tiempo este estribillo me ha perseguido el corazón, me ha invitado a vivir compartiendo lo mucho que tengo: mi persona. He vivido sencillamente, la tortilla en mi casa nunca nos falto. Con mi familia aprendí a compartir lo que tengo y lo que soy, pero fue algo que me falto aprender fue el disfrutar “recibir”. Mi familia me enseño a luchar, a esforzarme para obtener lo que necesitábamos; me enseño a dar y compartir lo poco o mucho que teníamos; sin embargo, no tienen idea de lo difícil que fue “aprender” a recibir cariño, por simple gratuidad.
La otra parte del estribillo de la canción, dice: “siendo amado en este amor”. El compartir con la gente de Ayutla, me hizo ver, sentir y amar lo que soy, me vi reflejada en su vida, en su lucha, en su amor. El voluntariado me dio la oportunidad de recibir de entrada sin ser conocida: los gestos fraternos con quien conviví, la tortilla, la sonrisa en plena calle sin conocerme. Esto me ha confirmado que no sólo es el dinero la mejor remuneración de mi esfuerzo.
Desde que llegué a Ayutla, la gente me hizo sentir en casa, en donde me sentía querida, apreciada y valorada aún sin conocerme profundamente.
El mundo nos enseña que si no obtienes ganancia (tocante y tangible), no vale la pena tu esfuerzo. Pero hoy sé que hay otra remuneración y es aquella que me ha llevado a crecer personalmente, que me permite valorarme cada día más, que me ha llevado a respetar la vida que miran mis ojos, a apreciar a la naturaleza que me rodea,  a valorar realmente lo intangible: el ser y sentir del otro.
Yo soy oriunda del Estado de México, el área metropolitana de la Cd. De México, la vida es muy deprisa, siempre corriendo, sin disfrutar ni las puestas de sol. En Ayutla busque cada instante disfrutar el amanecer, las montañas, la gente que anda sin prisa, sonriendo y  luchando en su diario vivir.
Durante la Semana Santa tuve la oportunidad de subir a la montaña, de compartir con la comunidad Tlapaneca de Guerrero. El corazón de la gente es generoso, ya que dan, dan y dan sin escatimar cariño. A pesar de su precariedad económica y social, se ayudan entre ellos, se esfuerzan para salir adelante, trabajan y cuidan sus tierras, mostrando su deseo de ser felices y seguir viviendo, a través de la lucha diaria. Los jóvenes de Ayutla, quienes animan esta misión, suben con ilusiones y miedos, pero allá uno busca dar su mejor esfuerzo y su mejor sonrisa, para dejarse acompañar, porque subimos más a aprender que a enseñar. La gente se va quedando en el fondo del corazón para no salir nunca.


En verano me tocó apoyar la “Misión Educativa”, en una comunidad llama Tlapala en donde, como en el resto de nuestro país, pude sentir como la violencia también hacia su aparición en estos hermosos lugares. La Misión Educativa, busca ser una propuesta de fraternidad, de solidaridad, de educación para los niños y niñas de las comunidades. En Tlapala estuve con un grupo de 13 jóvenes, que ofrecieron 4 talleres a 65 niños de su comunidad. En donde compartí la mesa y el corazón. Mi mayor aprendizaje fue caer en la cuenta de que los jóvenes necesitan espacios donde realmente se crea en ellos: apoyándolos, confiando y apostando por ellos. Procurando que estos espacios incidan en el crecimiento de su autoestima y de su seguridad. Me di cuenta que los adultos solo los atacan “por sus equivocaciones” y los jóvenes se decepcionan de sí mismos y comienzan a frustrarse; sentí con ellos una gran necesidad de mostrar sus capacidades y de sentirse acompañados, no juzgados. Los jóvenes de Tlalapa me enseñaron que no importan nuestras diferentes personalidades, que cuando tenemos un objetivo en común, esto es riqueza, y sabiéndonos escuchar, podemos hacer cosas grandes por el bien de nuestra comunidad.



También, ese tiempo, fue de apoyar el trabajo con docentes (mujeres que les duele el rezago educativo) a través de la capacitación a docentes de primer año de primaria, en “la metodología de la palabra generadora”, la cual ellas la han actualizado al contexto de Ayutla. Siempre he creído que las mujeres tenemos mucho que dar, pero también mucho que recibir. Por las mujeres que dan y luchan día a día, por ellas y con ellas, quiero seguir caminando. Y esto fue lo que enriqueció mi carrera profesional y me llevo a mirar al magisterio comprometido por la educación de nuestro país, hoy me detengo antes de enjuiciar y generalizar, hoy valoro más que nunca el compromiso social que conlleva mi profesión, pero sobre todo me siento orgullosa de estar en el campo educativo, porque al igual que ellas creo que la educación es el mejor poder que puede tener el pueblo.




En mis apostolados he aprendido a escuchar, a integrar lo que ellos desean, a darme cuenta que todos tenemos una opinión que dar. Pero mi mejor apostolado es el compartir la vida con la gente que me deja entrar en su vida, sin ser conocida.
Me reconozco humana, frágil, pero con una fuerte búsqueda de mirarme en los ojos que me acompañen en el diario vivir.
Beatriz García Martínez