“Solo una vida sencilla,
vivir de lo que yo creo, amando a otros y a otras.
Siendo amado en este amor”.
vivir de lo que yo creo, amando a otros y a otras.
Siendo amado en este amor”.
Desde hace
tiempo este estribillo me ha perseguido el corazón, me ha invitado a vivir
compartiendo lo mucho que tengo: mi persona. He vivido sencillamente, la
tortilla en mi casa nunca nos falto. Con mi familia aprendí a compartir lo que
tengo y lo que soy, pero fue algo que me falto aprender fue el disfrutar
“recibir”. Mi familia me enseño a luchar, a esforzarme para obtener lo que necesitábamos;
me enseño a dar y compartir lo poco o mucho que teníamos; sin embargo, no
tienen idea de lo difícil que fue “aprender” a recibir cariño, por simple
gratuidad.
La otra parte
del estribillo de la canción, dice: “siendo amado en este amor”. El compartir con
la gente de Ayutla, me hizo ver, sentir y amar lo que soy, me vi reflejada en
su vida, en su lucha, en su amor. El voluntariado me dio la oportunidad de
recibir de entrada sin ser conocida: los gestos fraternos con quien conviví, la
tortilla, la sonrisa en plena calle sin conocerme. Esto me ha confirmado que no
sólo es el dinero la mejor remuneración de mi esfuerzo.
Desde que llegué
a Ayutla, la gente me hizo sentir en casa, en donde me sentía querida,
apreciada y valorada aún sin conocerme profundamente.
El mundo nos
enseña que si no obtienes ganancia (tocante y tangible), no vale la pena tu
esfuerzo. Pero hoy sé que hay otra remuneración y es aquella que me ha llevado
a crecer personalmente, que me permite valorarme cada día más, que me ha
llevado a respetar la vida que miran mis ojos, a apreciar a la naturaleza que
me rodea, a valorar realmente lo
intangible: el ser y sentir del otro.
Yo soy oriunda
del Estado de México, el área metropolitana de la Cd. De México, la vida es muy
deprisa, siempre corriendo, sin disfrutar ni las puestas de sol. En Ayutla
busque cada instante disfrutar el amanecer, las montañas, la gente que anda sin
prisa, sonriendo y luchando en su diario
vivir.
Durante la Semana
Santa tuve la oportunidad de subir a la montaña, de compartir con la comunidad Tlapaneca
de Guerrero. El corazón de la gente es generoso, ya que dan, dan y dan sin
escatimar cariño. A pesar de su precariedad económica y social, se ayudan entre
ellos, se esfuerzan para salir adelante, trabajan y cuidan sus tierras,
mostrando su deseo de ser felices y seguir viviendo, a través de la lucha
diaria. Los jóvenes de Ayutla, quienes animan esta misión, suben con ilusiones
y miedos, pero allá uno busca dar su mejor esfuerzo y su mejor sonrisa, para
dejarse acompañar, porque subimos más a aprender que a enseñar. La gente se va quedando
en el fondo del corazón para no salir nunca.
En verano me tocó
apoyar la “Misión Educativa”, en una comunidad llama Tlapala en donde, como en
el resto de nuestro país, pude sentir como la violencia también hacia su
aparición en estos hermosos lugares. La Misión Educativa, busca ser una
propuesta de fraternidad, de solidaridad, de educación para los niños y niñas
de las comunidades. En Tlapala estuve con un grupo de 13 jóvenes, que ofrecieron
4 talleres a 65 niños de su comunidad. En donde compartí la mesa y el corazón.
Mi mayor aprendizaje fue caer en la cuenta de que los jóvenes necesitan
espacios donde realmente se crea en ellos: apoyándolos, confiando y apostando
por ellos. Procurando que estos espacios incidan en el crecimiento de su
autoestima y de su seguridad. Me di cuenta que los adultos solo los atacan “por
sus equivocaciones” y los jóvenes se decepcionan de sí mismos y comienzan a
frustrarse; sentí con ellos una gran necesidad de mostrar sus capacidades y de
sentirse acompañados, no juzgados. Los jóvenes de Tlalapa me enseñaron que no
importan nuestras diferentes personalidades, que cuando tenemos un objetivo en
común, esto es riqueza, y sabiéndonos escuchar, podemos hacer cosas grandes por
el bien de nuestra comunidad.
También, ese
tiempo, fue de apoyar el trabajo con docentes (mujeres que les duele el rezago
educativo) a través de la capacitación a docentes de primer año de primaria, en
“la metodología de la palabra generadora”, la cual ellas la han actualizado al
contexto de Ayutla. Siempre he creído que las mujeres tenemos mucho que dar,
pero también mucho que recibir. Por las mujeres que dan y luchan día a día, por
ellas y con ellas, quiero seguir caminando. Y esto fue lo que enriqueció mi
carrera profesional y me llevo a mirar al magisterio comprometido por la
educación de nuestro país, hoy me detengo antes de enjuiciar y generalizar, hoy
valoro más que nunca el compromiso social que conlleva mi profesión, pero sobre
todo me siento orgullosa de estar en el campo educativo, porque al igual que
ellas creo que la educación es el mejor poder que puede tener el pueblo.
En mis
apostolados he aprendido a escuchar, a integrar lo que ellos desean, a darme
cuenta que todos tenemos una opinión que dar. Pero mi mejor apostolado es el
compartir la vida con la gente que me deja entrar en su vida, sin ser conocida.
Me reconozco
humana, frágil, pero con una fuerte búsqueda de mirarme en los ojos que me
acompañen en el diario vivir.
Beatriz
García Martínez